sábado, 6 de marzo de 2021

Historia real en homenaje al Día Internacional por los Derechos de las Mujeres

PEQUEÑA MARAGATA EMPODERADA

Pampa ya no era el mismo cuando lo montaba Camila. Parecía tener alas.

Más que caballo de trabajo era un Pegaso.

Y ella, chiquitita, se volvía grande en ese disfrute de la libertad de trotar el mundo en pelo con una destreza de escenario.

Conocí a la niña en plena faena rural.

Una fiesta verlos arrear ganado, cabalgar la pradera, los cruces de aguas, las suaves montañas del interior uruguayo, lo que fuera. Eran superhéroes el equino alado y su jineta de diez años.

No se precisaba nada para sentirla poderosa sobre el lomo de ese cómplice de aventuras.

“-¿Y cómo te subís sin montura Camila? Es muy alto para vos.

-Atraco en cualquier barranca y salto.”

La vi por primera vez ese verano llevando vacas al tambo donde en vacaciones acompañaba a su padre junto a otros peones, y no pude dejar de saludar y aplaudir de lejos con los brazos en alto aquella zaga.

La tropa de lechería y su prole más que nada la ternerada desconocedora del camino, se metió a las disparadas por la tranquera abierta dentro del predio de la chacra y había que sacarlos. Luego lograr que pegaran la vuelta porque en la vorágine del arreo, tendían a irse para cualquier lado.

Muy hábiles tenían que ser además de expertos jinetes. Y allá fue ella.

No faltaron trechos escarpados, giros precipitados, talero en alto, gritos, mucha velocidad y otras cualidades que no podré mencionar por la fascinación de la que aún no salgo al recordar su elegante y eficaz desempeño.

La experticia de que hizo gala esa niña dirigiendo el ganado demostró prácticas avezadas, amor por la tarea y mucho valor. No es changa nomás subirse a un caballo, encima trotar maniobrando bruscamente, sin montura y por terrenos irregulares conduciendo una tropilla de decenas de animales, una hazaña.

Quien sepa de equitación sabe que no exagero.

Sin embargo, lejos de notarse algún esfuerzo en ella, lo hacía sobradamente y como jugando, con alegría y cierta cuota de orgullo. Como quien además de saber lo que hace, sabe que no lo hace cualquiera.

Creo que nos vimos el corazón cuando nos vimos de lejos, porque según nos enteramos después, insistió con su familia para volver y conocer a “los montevideanos”.

Mensajera por naturaleza, compartió con nosotros no solo su ser campestre y auténtico, sino que vino a invitarnos a subir al precioso Pampa que soportó equilibrios de niñas y adolescentes audaces, y en sucesivos días, pesos más cuantiosos de los varones del grupo.

En pocas conversaciones nos pintó un mundo nuestro que muchas veces ignoramos. Realidad agrícola ganadera desconocida por los habitantes de la ciudad.

Así entre vasos de refresco, budín y el agua para el amigo con herraduras que sólo tomaba si era Camila que le ponía la olla en el hocico -mimoso encima- tuvimos una lección cívica y humana de aquéllas por esta hermosa embajadora de lo autóctono agropecuario.

Una luz permanente esa chiquilina que ilumina todo el balneario Boca del Cufré y Ecilda Paullier en el departamento de San José, a menos de cien quilómetros del centro de Montevideo.

Increíbles paisajes nos regaló ese lugar bendito: convivir con la familia de pavos reales, alimentar al chajá, los conejos jugando carreras con el perrito de mis nietas, la vaca que se tomaba el agua de la piscina, y las tarántulas saliendo a pasear luego de la tormenta entre otras novedades. Y principalmente el conocer a esta dignísima representante del sexo femenino que pasó a quinto año escolar con muy buenas notas.

Aprendimos con Cami lo que era un “cerco pastor”o electrificado, que el caballo de monta no es potrillo, que las vacas si se crían “guachas” o sea sin madre, pueden ser medio nerviosas, que a la vaquita embarazada -la vecina a la que le gustaba el agua con cloro- le habían “puesto el bebé con una inyección”, lo que es un caballo “duro de boca” o el que no hace caso a un freno, que existen pasturas especializadas para fines específicos, precios de las cabezas de ovinos y vacunos, las hectáreas aproximadas de un predio, y que en el arroyito no había pesca.

Atención que sus destrezas son remuneradas. Tiene una yeguita nueva adquirida con dinero propio. Hablame del empoderamiento de las mujeres rurales y te hablo de Camila Álvarez, que mientras se divierte junto a su padre en el trabajo, aprende rutinas de la producción lechera, gran fuente de exportación e ingreso de PBI para la economía nacional.

Nos contó que va a estudiar en la escuela agraria joya de nuestra educación pública, donde seguramente avanzarán sus conocimientos de campo con programas técnico-científicos, contribuyendo al mejoramiento de la industria láctea, una de las más importantes para el desarrollo del país.

Me quedó en la retina y en el corazón esa gurisita, gigante como los cúmulus nimbus iluminados por el sol o las noches de galaxias brillantes a cielo abierto que disfrutamos esos días.

Nos inspiran sus sueños, utopías, esperanzas, tantos afanes, una energía limpia, diáfana, fuerte y saludable como el aire que se respira en nuestras praderas orientales del Uruguay.

Mi respeto y admiración para esa valiosa mujer-niña que cabalga, estudia y cuenta con naturalidad y detalle su vida tan importante, tan nuestra… tan viva! ¡GRACIAS!

SUSANA ANDRADE- FEBRERO/MARZO DEL AÑO 2021